hasta no sentir tus manos acariciarme la nuca.
De rodillas el cielo queda a la altura de la lengua.
Tus muslos se abren
como quien abre un paréntesis,
como quien cierra un pasado.
Ernesto Pérez Vallejo
—Sólo te falta un muñeco de peluche- ha dicho él en la tarde, mirando mis piernas cuajadas de ositos tristes con su lacito rojo.
Más tarde tendrá, extendida entre las manos, una pieza de encaje negro para que yo meta primero un pie, luego otro, con cuidado, que soy muy torpe, y pensaré en los esclavos convertidos en señores al final de la línea, en los juegos que comienzan entre sábanas y se terminan en cualquier parte, y sobre todo en América y los besos en la cuquita rica de su papá, y decidiré comentárselo enseguida, cuando termine de irme.
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¡Habla, pueblo de Aura!