“But Paris was a very old city and we were young and nothing was simple there, not even poverty, nor sudden money, nor the moonlight, nor right and wrong nor the breathing of someone who lay beside you in the moonlight.”

E. Hemingway.
"París era una fiesta"


Wednesday, 20 November 2013

Personal Jesus

Es posible que nada de esto esté ocurriendo en realidad. Si te hace sentir mejor, piensa en ello como una metáfora. Las religiones son metáforas por definición: Dios es un sueño, una esperanza, una mujer, una ironía, un padre, una ciudad, una casa con muchas habitaciones, un relojero que ha olvidado sus instrumentos en el desierto, alguien que te ama o, incluso y contra toda probabilidad, un extraterrestre cuyo mayor interés es cuidar de que tu equipo de fútbol, tu ejército, tu negocio o tu matrimonio crezca, florezca y triunfe sobre cualquier obstáculo.

Esto es una traducción libre de el primer párrafo del capítulo dieciocho de American Gods, de Neil Gaiman, hecha por mí, que ahora mismo sé de una mujer que necesita un Dios, porque está sola y es tan desdichada que hace fotos de su carita llorosa para despertar la compasión de una panda de desconocidos, entre ellos un tipo con nombre de jeque árabe y poca noción de los horarios que no tiene problema alguno en despertar en mitad de la noche a otra infeliz que duerme del otro lado del mundo -con el teléfono doblado debajo de la almohada pero rogando que nunca dé un timbrazo de desgracia, una camiseta de Lennon que se cae de viejecita y unos pies helados- para preguntarle qué le pasa esa mujer, y si es que está mal, y si no hay un teléfono al cual pueda llamársele, porque se muere de la preocupación, él.

Necesitas un Dios, Ana. Necesitas un milagrero personal, alguien a quien le importes, alguien que te devuelva la sonrisa. Y si al final resulta que es de silicona y lleva cuatro pilas alcalinas, no hay que preocuparse; la Providencia también se morderniza. Reach out and touch faith.

Saturday, 16 November 2013

Ruego

No escuches al amante de voz oxidada; incluso él se equivoca a veces. Yo necesito tus días oscuros  de botas y lluvia, de cuervos brillantes andando las estelas de las chimeneas, de lunas de color hueso y árboles arropándose con la sangre de un forastero y una pata de conejo. No te vayas, Noviembre.