Hoy me despertó el crujir de la nieve fresca bajo las botas de un niño o una niña -imposible adivinar sexos infantiles debajo de un anorak oscuro de noche que se aferra- que lloraba desconsoladamente sin dejar de caminar rumbo al ómnibus que le llevaría a la escuela.
Alcancé apenas a cubrirme con el kimono y a ponerme los lentes antes de acercarme a la ventana. El niño ya no se veía, y corrí a una ventana lateral para verlo subir calle arriba, sin detenerse, llorando aún, ante la mirada impasible de mi vecino, que siguió paleando la nieve que obstruía la entrada a su garaje como si aquellos sollozos existieran en alguna realidad paralela, y por tanto ajena, a él.
Maldigo el sueño que no debí tener en ese momento. Maldigo la desnudez que me impidió abrir la ventana a tiempo y preguntarle por qué lloraba. Pero sobre todo te maldigo a tí, vecino de mala entraña, que eres capaz de ignorar el llanto de una criatura que pasa por tu lado en la madrugada. Ojalá esta noche, en sueños, ese niño seas tú.
Y que le asusten monstruos de closets y agarrapies, que le duela la barriga, que llore por desamor, de esos desgarradores, que le piquen los ojos y que estornude dieciséis veces cada vez que cambie de posición. Lo llevé suave, porque soy bruja buena... ¡Tu turno Mariana!
ReplyDeleteYo quiero que se vea exactamente como el niño que dejó pasar. Quiero que le duela mucho algo en medio de una calle desierta y helada. Quiero que se sienta solo y desamparado, y sobre todo quiero que las manos que puedan ayudarlo estén demasiado metidas en los bolsillos de un hijo de puta que mira sin ver. Eso quiero.
DeleteMe basta...
DeleteYa puestos le contagiaremos un prurito anal incurable, una diarrea sabatina acompañada de escasez de papel higiénico, y de colofón lo amarraremos a una butaca de cine mientras exhiben sin descanso todas las comedias infumables de Jim Carrey.
ReplyDeleteLa última maldición es de las buenas, de las de Shakespeare. ¡Pavor!
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