El 1 de Enero del 2009 entró en vigencia en Noruega una ley que prohibe la compra de favores sexuales de cualquier tipo, tanto dentro como fuera del país. Las penas para los que infrinjan la ley son de severas multas y hasta seis meses de prisión.
De las calles de la capital han desaparecido las hordas de mujeres africanas que literalmente atacaban a los transeúntes, incluso a los que iban acompañados de sus parejas, en aras de conseguir clientela. Igualmente las provenientes del Báltico, que tenían una actitud menos agresiva pero eran legión. Invisibles también se han vuelto los chulos que las explotan. Y es precisamente esa invisibilidad lo que ahora preocupa.
Las prostitutas han sido durante décadas un negocio prodigioso para los inescrupulosos que se dedican a la trata de mujeres. Me pregunto qué harán con ellas ahora, de qué manera las explotarán, cómo sacarán el dinero al que creen que tienen derecho por haberlas traído a Europa.La policía no sabe. Nadie sabe.
Y aún algo más. La compra es ilegal, pero no la venta. Una mujer puede ofrecer su cuerpo sin temor a que el acto tenga consecuencias legales. El hombre que decide comprarlo es, en cambio, consciente de que corre un riesgo, y sabe sacar ventaja de ello. Las prostitutas que operan aquí y allá se quejan de las vejaciones a las que son sometidas y contra las que no pueden protestar, porque la opción de clientes es escueta. Les quedaría el recurso de la denuncia, pero si denuncian no hay trabajo. Sin trabajo no hay dinero. Y el naranjo, maravilla...
No creo que exista una solución fácil para un problema como éste, tan antiguo y con tantas aristas. Me alegro de que ya no molesten a los paseantes -era un espectáculo realmente penoso- pero no puedo dejar de pensar que son mujeres, víctimas de las circunstancias, ignorantes, dependientes y muchas veces aterrorizadas.