Hace unos días he arrojado al jardín trasero un par de peras que comenzaban a lucir pecas. Alguien me ha hecho caer en cuenta de que los pájaros negros con pico naranja que han acudido a comerlas se emborrachan con ellas, y no he respondido, pero ganas no me faltaron: no soy policía del karma siquiera de los cristianos que me rodean, ¿voy a serlo de algún bicho?
Uno de esos pájaros acaba de estrellarse contra la ventana. Me he asomado a comprobar la magnitud del siniestro y lo he visto incorporarse y alejarse renqueando hacia el pino viejo.
"Salud", he dicho, y he levantado por él mi copa de Prosecco.
En el peor de los casos, en el pino le espera una madre que le caerá a escobazos como mamá Cacha a Arsenio; en el mejor, una mujer como yo, que cree que a nadie le importará, después de muerto, que haya tenido uno ciertos vicios.