¿Dónde, en efecto? ¿Qué fue de aquella raza de hombres altos de manos como prados y pechos como almohadas? ¿De los hombres con que las niñas substituían a sus padres? ¿De los hombres que no golpeaban jamás después de haber sonado la campana? De los hombres que usaban camisetas blancas debajo de la camisa, tenían enemigos jurados desde el tercer grado, lucían dos o tres cicatrices inexplicadas en el cuerpo, no necesitaban abridores para las conservas, sabían silbar, podían leer en voz alta, arreglar una silla y hacer callar al perro y además cambiar el centro de gravedad de tu cuerpo al primer impacto. Esos hombres, ¿se extinguieron, como los dinosaurios? ¿Murieron achicharrados, pegados una bombilla que no resultó ser la luna? ¿O andan aún por los rincones, acurrucados contra las rendijas, buscando calor, amedrentados por la reinante tribu de princesos?
No lo sé. Lo único que tengo claro es que se extrañan, que hay cosas que sólo una barba (visible o no) puede solucionar. Así pues, Ernestos honestos, come out, come out, wherever you are: aún quedan Leopoldinas por enterrar.
Es una pena que no vengan con etiquetas. "25% poeta, 75% diente de león" o "60% niño eterno, 40% hijo de puta", por ejemplo. Sería todo mucho más fácil.
ReplyDeleteY pensar que yo cuento con más de 4 de esas cualidades en mi hechura..! Lástima el detalle de estar lejos..
ReplyDeletePues sí, la distancia es un monstruo torpe.
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