Justo cuando los ánimos comenzaban a calmarse, cuando volvíamos a sentirnos seguros, el conflicto resurge y con él la segregación, las amenazas, el miedo.
La publicación por uno de los más importantes periódicos noruegos de una caricatura del profeta Mahoma ha provocado airadas reacciones por parte de la comunidad musulmana en Noruega. El gremio de taxistas musulmanes de la capital se ha ido a la huelga como protesta por lo que consideran una falta de respeto hacia sus creencias y tradiciones. Como resultado, cientos de personas se han visto afectadas, pues les ha faltado el medio de transporte que normalmente utilizan.
Es un conflicto recurrente, pues las caricaturas han sido publicadas al menos dos veces con anterioridad, aunque con la diferencia de que fueron periódicos de la extrema derecha cristiana, con pocos lectores y menos razones los que lo hicieron en su día. Los encargados de los respectivos entuertos viven hoy con protección policial y domicilio desconocido, por temor a las represalias.
Las interrogantes fueron muchas y variadas entonces y siguen siéndolo hoy. Hasta dónde es lícito y responsable practicar la libertad de expresión? A qué debe atenerse una persona que emigra, dejando atrás su cultura para integrarse a otra completamente distinta? Tienen los medios de comunicación el derecho a publicar cualquier cosa, por provocativa que resulte, aún a sabiendas de que en el peor de los casos pueden poner en peligro la vida de miles de personas?
Habiendo nacido en un país donde la libertad de expresión es practicamente nula, mi reacción natural es apoyar a los que abogan por el derecho a decir lo que les venga en gana, sin sufrir por ello coacciones o amenazas. Sin embargo, no puedo evitar pensar: de qué vale ser libre para expresarse, si se utiliza tal priviliegio para ofender a todo un sector de la sociedad, sin más objetivo que hacerlos rabiar?
Al mismo tiempo, algo en mí se rebela cuando pienso en los homosexuales que no pueden caminar en paz por ciertas partes de la ciudad porque un grupo de musulmanes, en su mayoría hombres, desempleados y clientes de la seguridad social se ha auto nombrado policía moral, y se dedica a perseguir e incluso atacar a los que desafían sus conceptos. Me mortifica saber que cada fin de semana al menos tres jóvenes noruegas son violadas al salir de una discoteca o un bar, y que sus violadores son casi siempre chicos extranjeros, que consideran que cuando las muchachas salen solas a divertirse o llevan minifalda pierden el derecho a la integridad física y moral. Y me muero de pena cuando me cuentan que en muchas escuelas los niños que provienen de familias noruegas son insultados por comer carne de cerdo, por ejemplo.
Siempre he creído que el país que recibe al inmigrante tiene el deber de hacer cuanto se deba para que éste se integre a la sociedad lo más rápida y efectivamente posible. Pero también creo que el que decide emigrar, por las razones que sean, debe estar consciente de que va a formar parte de un sistema establecido, con leyes y normas que han de ser respetadas por el bien de todos.
Me gustaría creer que al final los ánimos se calmarán y el problema se resolverá de una manera civilizada y positiva, pero la experiencia prueba lo contrario. Ayer, desde Turquía, varios periódicos hackearon la página web de el diario noruego que ha publicado la caricatura, alegando que lo hacían porque los noruegos son cerdos que no respetan nada. La respuesta de las redacciones noruegas no ha llegado aún, pero no me extrañaría que mañana la caricatura de marras salga publicada hasta en el más insignificante periodicucho, por cuestiones de solidaridad y orgullo nacional. Luego vendrán las contra-reacciones, las reacciones a éstas, etc, etc.
Ojalá Oslo no tenga que sufrir días de violencia y anarquía como los que sufrió Copenhage hace un par de años por las mismas razones. Ojalá no hagan falta perros y gases lacrimógenos, coches incendiados y jóvenes maltratados para que nos demos cuenta, de uno y otro lado, de que la tolerancia y el respeto deben ser más que sustantivos, verbos.