Wednesday, 18 January 2017

Escuchando a Matamoros desde un lejano lugar

Lo dije hace un par de días: yo no necesito ir por la vida proclamando mi identidad porque no hace falta, porque la llevo conmigo siempre, y porque he tenido la gran suerte de vivir en un país donde las diferencias se respetan y, en mi caso, se celebran: en mi grupo de amigos -amigos reales, de carne y hueso, amigos con voz y olores propios, amigos que dejan prendas en tu casa después de una fiesta, o te envían fotos tontas desde la cama para hacerte reír- hay personas de todos los colores, de todas las culturas, de todas la religiones o la falta de ellas. Sus vidas, sus recuerdos, sus experiencias son tan valiosas como las mías, y poder conocerlas de primera mano es un privilegio.

Aún así, cuando me levanto más Mariana que de costumbre, toca cocinar frijoles negros, comprar gardenias, reclamarle a los santos en voz alta, decirle al gato, que no entiende español:"¿Dónde estaba metido el señor esta vez, si se puede saber?", entalcarse dos veces al día y escuchar a Matamoros. Y ya.

Uno pertenece a donde es feliz, partiendo de que las personas sean lugares. Cualquier otra cosa es agua bajo el puente.




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