No todo era color de rosa, claro. El día en que mi abuela me pidió que recitara algo -como siempre cuando había visita- para Jacinta, una de sus compañeras del colegio de monjas, y a mí, de entre todo mi amplísimo repertorio de ratita de circo abueloide, se me ocurrió declamar "
La mona Jacinta" de María Elena Walsh, no fue de los más radiantes de mi niñez.
Lo cual, como diría mi amado Juanito, también es bello, e instructivo.
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¡Habla, pueblo de Aura!