Hay placeres pequeñitos, sucios, invaluables, íntimos como un cepillo de dientes. Sacar las entrañas de una granada, por ejemplo, y sentir las semillas reventar y el zumo correr entre los dedos: una masacre en miniatura; o decir una palabrota de las grandes, en voz alta y sin haberte golpeado un pie contra el quicio de la puerta; o beber vino helado en las mañanas; o cantar en la ducha una baladita baladí como esta, dulzona, demasiado nueva y con errores de sintaxis.
Por estos tiempos en que las almas son como las muelas, cada vicio vale su peso en oro.
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¡Habla, pueblo de Aura!