Me despiertan la lluvia sobre el mar y Silvio. Recojo los pedazos de cuerpo que andan sueltos por la cama -¿es culpa también del mar, este reguero de mujer que amanece? Pechos, muslos, boca y piernas, todo al garete, como si durmiera con Picasso, ¿es el azul?- y los llevo al ventanal.
Debería ser posible tejer una manta con esta luz, con esta paz, con esta soledad otoñal que pesa incluso sobre las gaviotas y los gatos silvestres. Si el tiempo debe ser implacable, al menos que sea implacable aquí, en Michigan.
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¡Habla, pueblo de Aura!