A mí me gustan los librepensadores. Me gustan en serio, sin que tenga una explicación plausible para ello, más que la ley de los polos opuestos; yo soy una infeliz marcada por los atavismos que me han heredado siglos de colonialismo: Dios, la familia, la propiedad privada y el amor, y por mucho que a veces deje que las serpientes de la melena cobren vida, mande a la mierda el abanico para disfrutar la brisa y tenga dos o tres vicios que no comulgan, sin esos nortes me pierdo a la larga, a qué negarlo.
Sin embargo, hay cosas en la vida de las que nadie puede escaparse, y la semántica es una de ellas. Usted puede ser un Bakunin, de tan anárquico, o un Luis Buñuel, de tan ateo, o la Estatua de la Libertad, de tan suelto de madrina: si su discurso está salpicado de faltas de ortografía y barbaridades gramaticales, usted es un burro. Librepensador y posmoderno, que lo cortés no quita lo caliente, pero burro igual y, al menos yo, voy a prestarle a lo que usted tenga para decir la misma atención que le prestaría a un mojón de lindero.
Menos, incluso, porque últimamente he visto mojones de lindero decorados con unos graffiti chulísimos y me he quedado mirándolos, que el arte siempre es arte.
Feeling your pain.
ReplyDeleteAcabo de decirlo: lo único bueno de estar al doblar la esquina de los cuarenta es que el mierdómetro funciona como nunca.
Delete