Tuesday, 17 June 2014

Devil and the deep blue sea behind me

Cuando era una niña (y nótese que no espero un "¿eras?" que me pase desapercibido primero y luego me haga sonreír, y nótese que me duele en la boca que así sea), me gustaban las caracolas. Podía pasarme horas mirando sus tenues tonos rosa y malva y tocando con los dedos su interior pulido, pero sobre todo escuchando el mar que les susurraba dentro. Me parecían objetos místicos, bellos, duros y delicados al mismo tiempo. Creo que quería ser una caracola, o al menos vivir dentro de una de ellas.

Ahora me siguen pareciendo bellas, y me las sigo poniendo al oído para escucharles el mar, pero ya he aprendido; lo hago con la misma sensación de tristeza con que uno mira las viejas casas que conoció de niño, en las que a lo mejor jugó y lloró y se sintió perdido o seguro, y que ahora están vacías. Si se presta atención aún se escuchan ecos de orgasmos o peleas, y pasos apresurados sobre losas ajedrezadas, pero al final son sólo eso, el esqueleto sonoro de lo que fue la vida. 

                                                                  ***
Afuera sigue siendo martes, y no lluevo.

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